
Infantiles
La rima de Ratatá
Debajo de un supermercado
vivían muchos ratones
que colaboraban entre todos
a mantener la ratonera en orden.
A medida que iban creciendo,
comenzaban a darles tareas sencillas
para que poco a poco los pequeños
fueran aprendiendo a colaborar con la familia.
Ratatá aún no sabía
cuál sería su tarea,
pero esperaba ansioso
a que alguien se la propusiera.
Luego de una larga charla
que tuvieron los ratones
le contaron que sería
el encargado de comprar sus provisiones.
A la mañana siguiente Ratatá madrugó
y tomando las monedas que su mamá le dio
a la fiambrería se marchó.
Al llegar al supermercado comprobó sorprendido
que las personas eran más grandes
de lo que él había creído.
Estando en medio de esos gigantes
pensó que no lograría jamás
llamar la atención de alguien
para poder comprar.
Comenzó a asustarse porque no había
ningún conocido que le pudiera ayudar
y, sintiéndose solo,
a su casa decidido regresar.
Sin embargo, descubrió aliviado
que dos ojitos lo miraban.
Era un niño que parecía amigable.
Eso le dio valor para acercarse
y pedirle que lo ayudará a solucionar su problema.
El ratoncito de a poco se le fue acercando
mientras el niño, sonriendo,
al suelo se iba agachando.
—Hola, pequeño humano. Yo soy Ratatá.
¿Serías tan amable en ayudarme a comprar?
—Hola —le contestó el niño—.
Yo me llamo Germán. ¿Qué quieres comprar, Ratatá?
—Necesito comprar queso,
pero no sé cómo hacer para que me puedan escuchar.
Germán lo tomó en sus manos y se lo mostró a su mamá.
—Mamá, Ratatá necesita comprar queso,
¿lo podemos ayudar?
—Hijo, los ratones no pueden hablar…
Germán le pidió a Ratatá
que hablara con su mamá.
Él le contó que los ratones
sí podían hablar.
Ella, muy asombrada,
le dijo que eso no era verdad,
porque humanos y ratones
no se podían comunicar.
En ese momento comprendió
por qué le habían dado esa tarea,
ya que según la mamá de Germán
los demás ratones no hablaban con ella.
Cuando le llegó el turno
a la mamá de Germán,
hizo sus compras y agregó
el queso para Ratatá.
Y antes de marcharse
le pareció oportuno
presentarlo a las personas
que trabajaban en ese turno.
Ratatá feliz saltaba
una y otra vez: abajo y arriba.
Y fue así como se le ocurrió una rima.
para que lo pudieran identificar
cada vez que viniera a comprar:
Ratatá,
arriba, abajo,
acá está.
Muy alto seguía saltando
mientras todos con la cabeza
lo iban acompañando.
«Arriba, abajo», Ratatá repetía.
«Abajo y arriba»,
una y otra vez lo decía.
Pero enseguida se dieron cuenta
que aún faltaba una cosa más:
¡el queso había que pagar!
Llevándolo hasta las cajas
le contaron a todos y todas
para qué servía su rima:
Desde entonces, cuando
se escucha en el supermercado:
Ratatá,
arriba, abajo
acá está.
Todos y todas saben que el ratoncito
parlanchín se está aproximando
y su queso van preparando.
Gabriela Motta.
Comentarios
Esta genial el post. Un cordial saludo.
Gracias!
Muchas Gracias!!