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Cuentos navideños cortos

Gabriela Motta

📅 24/03/2021   📁 Cuentos

La carta

La carta siempre había estado allí, sin embargo, pasaba desapercibida entre los libros de la añeja biblioteca que toda la vida estuvo en el mismo lugar, lo único que se le sumaba era polvo a sus añosos estantes. Pareciera que a nadie le llamara la atención husmear entre ellos.

Julia había heredado de su abuela la antigua casa de verano familiar e intentaba orden no solo la casa, sino también sus emociones. Entre papeles y libros encontró una carta que esperaba ansiosa por ser descubierta. Se detuvo a leerla permitiéndole al tiempo escurrirse tan lento como quisiera entre las líneas del viejo papel.

«Querido Dios:

Hoy tengo catorce años y he sido buena. Se me ocurrió que, quizás, podrías darme alguna señal para explicarme qué está pasando. Ya casi es navidad y todo sigue igual, pensé que este año se arreglarían las cosas, pero no fue así. En casa papá sigue sin trabajo y mamá trata de disimular una tristeza que la consume día a día, yo he tenido que hacerme cargo de mis hermanos. Mamá dice que tú ya no escuchas a nadie, pero hoy por ser víspera de navidad estoy dispuesta a intentarlo.

Este año es, sin dudas, el más triste de mi vida porque en casa ya no hay alegría. Estamos en víspera de navidad y a nadie le importa. Intento sonreír y copiar la magia que tenían nuestras navidades cuando yo era niña para que mis hermanos conserven un recuerdo feliz, pero es tan complicado sin la ayuda de papá y mamá. Hago lo que puedo con lo poco que tenemos, tomé una olla la llené con agua y puse a hervir un kilo de arroz. Ya sé estarás pensando que enloquecí, pero quiero que por lo menos hoy tengamos nuestra cena navideña. Mañana me preocuparé en cómo conseguir más comida.

Para los niños me tomé el trabajo de hacerles unos ramitos de flores que las corte del campo. Se los voy a poner a medianoche en el arbolito que se encuentra cerca de la puerta de entrada de casa, que también lo decoramos, le pusimos tapitas y con papel hicimos guirnaldas, nos quedó muy lindo. Cuando mamá lo vio sonrió o al menos intentó hacerlo, pero se que le gustó porque ella siempre me decía que la navidad sin arbolito no era navidad. ¡Ay, Dios! no es sencillo, muchas veces siento que alguien debería cuidar también de mi.

No quiero molestarte mas con mis penas, si lees esta carta ¡por favor! regresa a mi hermano para devolverle la alegría a mis padres. Desde el día que les dieron la noticia de la tragedia están como muertos en vida. Lo único que les permite seguir respirando es la esperanza de hallar en algún momento su cuerpo con vida. Mamá siempre nos recuerda que él era muy buen nadador, —seguro no se ahogó, debe estar perdido en algún monte— dice mientras se seca a escondidas las lágrimas. Si aún vive ¡danos una señal! sería el regalo más hermoso que podría recibir esta noche.

Me despido con la ilusión de que llegue esta carta a tus manos y la recibas con emoción sabiendo que en casa todos te amamos, aunque algunos estén un poco apagados en este momento.

Un abrazo apretado y hasta siempre, con cariño, Esperanza».

Julia había escuchado millones de veces historias sobre la guerra, sobre la pobreza que vivió su abuela en su niñez y como sacó adelante a su familia luego de la depresión que habían padecido sus padres. Lo que nunca le había contado era sobre esa triste navidad inmortalizada en la vieja carta, nunca nadie en la familia le había mencionado la existencia de un tío, aparentemente, muerto en un accidente. Julia secó sus lágrimas y recordó a su abuela inmiscuida cada navidad en la biblioteca, seguramente la carta era la causa de su mirada distante e introspectiva.

Supo que las navidades nunca más volverían a ser las mismas después de aquella revelación, sintió que venía a sanar y a explicar tantos silencios familiares que para ella no tenían explicación. Agradeció a la vida por haber conservado la inocencia de su abuela permitiéndole escribir la carta que hoy le devolvía las fuerzas y llenaba vacíos muy profundos en su historia familiar.

Gabriela Motta, 12/12/2017.

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