Abandono
📅 19/01/2021 📁 Cuentos
Han pasado 20 años de aquel día, no obstante, su recuerdo quedó sellado en mi ser, así como se graba el olor de las Madreselvas en el verano, así con esa misma intensidad quedó marcada la lluvia en mis tardes otoñales.
Llovía copiosamente, mientras yo miraba absorta por la ventana como el viento hacía danzar por el aire las hojas secas. De repente percibí que algo se movía en medio de la calle entre un montón de cartones que habían sido arrastrados por el vendaval. Acurrucado, ahí estaba indefenso, sin fuerzas, era evidente que su vida colgaba de un hilo si no lo mataba la lluvia lo mataría el primer conductor desprevenido. Sin dudarlo salí para la calle y lo tomé entre mis manos, estaba empapado, sin embargo, con la poca energía que le quedaba maulló. Lo abracé contra el pecho y corrí para casa toda embarrada. Lo puse sobre la alfombra que se encontraba frente a la estufa, lo envolví en unas sábanas para calentarlo, le di leche. La ternura del momento sumado a la calidez del fuego hizo que me quedara dormida a su lado. No sé cuánto tiempo pasó, pero desperté con los pasos de mi madre llegando a casa.
—¡Mira mami —le dije mientras sostenía feliz al pequeño gatito entre mis manos— lo acabo de rescatar!
Aún recuerdo cómo su cara fue mutando poco a poco hasta estallar en un grito:
—¡Has arruinado la alfombra!
Me arrancó al pequeño de los brazos y lo arrojó otra vez para la lluvia. Llorando me fui a la ventana y pude verlo acurrucarse, nuevamente, entre los cartones. Me sentí culpable porque no pude evitar su muerte, pero ¿Qué más podía hacer una niña de siete años?… de tan solo siete años…
Gabriela Motta.
Montevideo.
29-10-20
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