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Cuento breve

Gabriela Motta

📅 11/08/2020   📁 Cuentos

Los desconocidos

Ella llegaba cada tarde y se sentaba aquí en esta misma mesa, ya se la tenían reservada. Luego llegaba él muy elegante y se sentaba a su lado. Ambos llevaban alianza lo que al principio nos hacía pensar que estaban casados.

Julio el mesero siempre los atendía y era uno de los que sostenía que eran pareja y cómo era el único que hablaba con ellos, su versión era la más aceptada. Pero yo en cambio tenía mis dudas, sabe.

No sé, pero todo era muy raro ¿a usted no le parece? Mire, yo como viejo parroquiano del bar, había sacado mis conclusiones y se las voy a contar.

Ella era una mujer bella y joven, Julio afirmaba que una vez la había escuchado decir que tenía 28 años, además por su acento nos dábamos cuenta que era extranjera, algunos decían que era Gringa, otros que era inglesa y después estábamos los que de lenguas no sabíamos nada y nos manteníamos al margen de comentar, pero estaba claro para todos que de acá no era.

Nunca había visto en mi vida una pareja hablar tanto como esos dos, mire que no le miento cuando le digo que se pasaban horas. Por eso yo sospechaba que casados no estaban, ¿dígame no tiene sentido verdad? Si estuvieran casados no vendrían todas las tardes a sentarse horas en un bar, sin embargo, había quienes me decían que sí.

Un día recuerdo que no tenía nada para hacer en casa y por chusma no más me quedé para ver a qué hora se iban. Usted se estará preguntando: ¿y a este qué le importaba? Y si la verdad no me importaba, pero gracias a que me quedé puedo estar contándole esto ahora.

Esa tarde ellos estaban sentados como de costumbre, aunque debo reconocer que ella se encontraba algo nerviosa. Entonces en un momento dado un auto negro estacionó del otro lado de la calle, era un auto de lujo que llamó mi atención y estoy seguro que la de muchos. Sin embargo, ellos estaban tan ensimismados hablando que no advirtieron que desde el auto los observaban. Luego de un rato, yo diría una media hora, más o menos, salió del auto un hombre muy elegante, abrió la puerta y se paró enfrente de los dos. Sin decir una palabra, pero créame cuando le digo que su sola presencia decía mucho. Ella lo miró y se puso a llorar, él se levantó notablemente nervioso y lo invitó a sentarse, él otro visiblemente enojado le dijo con la cabeza que no.

En ese mismo momento se aproximó Julio a la mesa y le preguntó a ella si necesitaba algo, porque no paraba de llorar, estaba muy angustiada. Su acompáñate respondió que no y lo invitó a retirarse.

Hablaron algunos minutos, pero sabe una cosa era gente tan educada que no se escuchaba nada, era como si hablaran para adentro y se entendieran con las miradas. Todo demasiado raro.

Ella nunca paró de llorar. Mientras los hombres se aguantaban para no subir la voz y como dos caballeros cada uno se mantuvo en su sitio, hasta que ella, se paró tomó sus cosas y se fue al baño. El hombre que se había bajado del auto negro, miro el reloj, el otro permanecía quieto en su sitio, haciendo sonar los dedos de su mano derecha sobre la mesa, cada vez más fuerte que se podían escuchar desde donde yo estaba.

Luego de unos minutos ella volvió recompuesta del baño con el maquillaje perfecto nuevamente, saludo con un gesto a su acompañante de todas las tardes y se fue junto al hombre del auto negro.

Y usted se estará preguntando ¿qué tiene de interesante esta historia? Ah mi amigo, lo que le voy a contar a continuación.

Cuando ellos salieron el otro hombre que había quedado sentado en la mesa pagó y se fue. Pero justo detrás de él salió corriendo Julio y le entregó una nota. Imagínese, cuando él se fue y Julio volvió al bar más de un curioso quería saber qué decía en la nota y para serle sincero todos sabíamos que Julio era buena persona, pero tenía un defecto era muy curioso.

Resulta que según Julio en la nota decía: «gracias por hacerte pasar por Alberto, decile que el plan sigue como lo ideamos, nos encontramos esta noche a las diez en la cabaña, ya compré los pasajes.»

—No entiendo ¿por qué el extraño se hizo pasar por Alberto?

—Eso mismo nos preguntábamos todos, y no sabíamos quién era Alberto, sospechábamos que debía ser el amante, pero no lo sabíamos.

Hasta que luego de unos días leímos en el periódico que a un importante empresario el amante de su mujer le había robado una cifra importante de dinero, sin embargo, lo habrían atrapado gracias a la descripción del hombre engañado, quién además sostenía tener pruebas en su contra. El sospechoso al ser interrogado afirmaba no estar involucrado en el hecho.

Y adivine mi amigo ¿Quién era el sospechoso que aparecía en el periódico?

—¡No! ¿Enserio? ¡No se lo puedo creer! y ella ¿logró huir con Alberto?

—Ah mi amigo, eso no le sabría decir.

Gabriela Motta
20-07-19
Montevideo.

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