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Cuentos de Ciencia Ficción cortos para secundaría

Gabriela Motta

📅 04/01/2022   📁 Cuentos

Realidades paralelas

Cierta mañana tocó mi puerta un alto y delgado hombre trayendo un paquete para mi. Emocionada con la sorpresa entré sin pedirle explicaciones. Cuando lo abrí me encontré con un par de lentes negros. Pensé que existían altas posibilidades de que se hubiera equivocado de dirección, sin embargo, los datos eran correctos. Me intrigaba que no tuviera remitente ¿Quién me mandaría un par de lentes? Pero, sin darle mucha más vuelta al tema, me los puse y salí a presumirlos. Al pasar por la feria saludé a Walter, el verdulero, quien los elogio de inmediato. Yo le retribuí la delicadeza señalando la eficiencia de su nuevo ayudante que no paraba de organizar las frutas.

Continué con mi recorrido por el barrio y en la esquina una anciana se me acercó y una vez más mis lentes fueron tema de conversación. Le comenté sobre la alegría de mi inesperado regalo, a ella le parecieron familiares la mire esperando una explicación que nunca no me la dio. Cuando llegamos a la plaza cada una siguió su camino, busqué un banco que estuviera al sol, me quité los lentes para estar más relajada y me dispuse a disfrutar, asombrándome con la rapidez en que había desaparecido de mi vista la anciana y el ayudante de Walter. Después de un rato ya molesta con el sol de frente me los volví a colocar y observé que la anciana regresaba, al verme se sentó a mi lado. Era tan agradable su compañía que me deje llevar por sus historias, cuando me di cuenta de que había perdido la noción del tiempo le comenté que debería regresar al trabajo.

Mientras esperaba, otra vez en la esquina a que me habilitara el semáforo, noté como Walter ignoraba por completo a su nuevo ayudante, al pasar por su lado y con la intención de aproximarlos le comenté que el chico era muy hacendoso. Walter está vez me sonrió descolocado, yo continúe mientras concluía que a quién le faltaba buenos modales era a Walter y no al chico.

Llegué a casa, prendí la computadora y me dispuse a trabajar. Observando de vez en vez por la ventana para espabilar las ideas, en una de esas tantas veces vi apoyada sobre el muro de casa a Walconda, la anciana de la plaza. Abrí la ventana para corroborar de que fuera una coincidencia y de que no estuviera perdida. Ella no se mostró sorprendida al verme, al menos no tanto como yo. La invité a tomar unos mates y le dije que después la acompañaría hasta su casa ella estuvo de acuerdo.

Entre mates y charlas se pasaron las horas. El sol que más temprano iluminaba mi sala ya se había ido. Entonces me pareció prudente llevarla. Le pedí a Walconda que me esperara mientras tomaba las llaves del auto que se encontraban justo detrás suyo, en mi escritorio. Al agacharme para abrir el cajón se me cayeron los lentes, recién entonces percibí que aún los tenía puesto. Mientras me los quitaba me di la vuelta para preguntarle a Walconda si necesitaba hacer algún mandado más antes de llevarla a su casa, sin embargo, había desaparecido.

Sorprendida con su inesperada ausencia la busqué por la casa con la ilusión de encontrarla, mientras iba haciendo una retrospectiva de mi día y llegué a la conclusión que al principio me pareció absurda, sin embargo decidí verificarla y entre la incredibilidad y el miedo me puse  los lentes y lo primero que vi  fue a Walconda esperándome en la puerta. Sin saber que estaba sucediendo con claridad, me quité los lentes, los coloqué en el mismo paquete en que me los habían entregado en la mañana, le agregué la dirección de Walter el verdulero y los llevé al correo sin remitente, claro.

Gabriela Motta
04/01/21
Bella Unión

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