Cuentos latinoamericanos largos
📅 16/10/2020 📁 Cuentos
Rumbo a lo desconocido
Huyendo de la miseria, se embarcó con el dinero justo para colaborar en la casa de su hermana mientras encontraba un trabajo y un lugar para quedarse. Pietro había enviudado hacía tres años, quedándose a cargo de dos hijos que venían a bordo con él.
Aquel viaje se había convertido en el infierno. Sabía que sería duro; sin embargo, no había podido imaginar, ni en sus peores pesadillas, aquel horror.
El camarote que les habían asignado estaba ubicado en los sectores menos privilegiados del barco. En ese lugar se veía y se oía de todo. La miseria humana se sentía latente en cada pedazo de pan compartido y en el hedor de aquellos cuerpos envueltos en suciedad y miedo. Escaseaba la comida, la higiene y las enfermedades se propagaban cada día con mayor intensidad. Muchos no lo lograban.
Desde hacía unos días, Pietro había comenzado a transpirar sin causa aparente, sentía cómo su corazón latía aceleradamente, acompañado de una puntada en el pecho. Una constante sensación nerviosa lo invadía, y, como si no fuera suficiente, también le costaba conciliar el sueño. Sin embargo, de alguna manera no le resultaba del todo malo, ya que las noches en vela le permitían vigilar a sus hijos. En una de esas noches se encontró con Giuseppa vomitando a un lado de ellos.
—Tenga más cuidado que están los niños —le dijo, bastante molesto, mientras se incorporaba para hablarle más de cerca. Al ponerse de pie, notó su vientre incipiente, que evidenciaba un embarazo casi ha término. La observó con compasión y, como forma de disculparse, le ofreció ir en busca de algún familiar para que la viniera a auxiliar. Ella contestó que no, agradeciendo la amabilidad, pero él insistió.
—No insista —respondió ella—. Mi marido murió anoche; Su cuerpo estaba entre los muertos que arrojaron al mar esta mañana. Ahora solo somo el bebé y yo. Sus palabras generaron un silencio incómodo, que fue interrumpido por el malestar de la mujer.
—Permítame ayudarla —dijo Pietro, acercándole un pañuelo que, en otro tiempo, había sido limpio, pero ahora no era más que un pedazo de trapo roto y sucio.
—Gracias, respondió, explicándole que no había comido nada desde el mediodía. Pietro buscó entre sus pertenencias un trozo de pan que había sobrado de la cena y se lo dio junto con un poco de agua. Ella aceptó, consciente de que le estaba quitando parte de la comida a los niños.
—Ya falta poco —dijo él, intentando darle ánimo.
—Espero que se aguante —respondió ella confundida.
—Disculpe, me refería a nuestra llegada al puerto. Ella esbozó una sonrisa desencajada.
—¿La espera algún familiar? —preguntó Pietro.
—No, ya le dije que somos el bebé y yo. Permaneciendo en silencio el resto de la noche.
A la mañana siguiente, cuando despertó, encontró a Pietro exhausto junto a ella. Los niños todavía dormían.
—Descanse, le dijo, yo vigilo a sus hijos. Sin embargo, Pietro estaba cada vez más inquieto; Dormir se había convertido en un lujo que no podía permitirse en esas circunstancias.
—¿A usted lo espera alguien? —preguntó ella, intentado retomar la conversación de la noche anterior.
—Sí, mi hermana, su marido y mis sobrinos.
—Qué suerte la suya —respondió Giuseppa, antes de volver a quedarse en silencio.
Los días transcurrían tan lentamente que, si no fuera porque comenzaron a avistar gaviotas, habrían creído que el barco nunca se había movido del mismo lugar.
—Qué nervios —comentó ella, mirando al horizonte.
—¡Qué alegría! El puerto está cerca —respondió él—. Llegar con vida es un privilegio. Permítame ayudarla Giuseppa, si usted acepta será bienvenida en la casa de mi hermana.
Ella asintió con la mirada, mientras estallaba en un llanto de alivió.
Descendieron todos juntos del barco, compartiendo los mismos miedos, sintiendo el mismo vacío y anhelando un nuevo porvenir.
Muchos años después ellos se convirtieron en mis abuelos.
Aún recuerdo que, cada vez que contemplábamos el océano, sus miradas se perdían en el horizonte. Seguramente recordaban a quienes quedaron atrás. Y, si por casualidad avistaban un barco a la distancia, sus ojos se llenaban de lágrimas y mi abuelo siempre decía:
—Son lágrimas de gratitud, por nuestras bendecidas vidas.
Dedicado a todos mis ancestro que hicieron posible esta realidad.
Gabriela Motta.
22/08/2019
Montevideo
Cuentos latinoamericanos largos
Cuentos Recomendados
Cuentos
Prosa Poética
Infantiles
MiCuento
Cuentos para Escuchar
Otros autores
Recursos para escribir
Audiocuentos infantiles
Artículos
Crónicas sobre un amigo: Pippo
Cuentos de otros
Diálogos
Doña Maria
Frases de Otros
Fuera de toda literatura
Materiales