
Cuentos para contar y leer
Cuentos para contar y leer
Las galletas
Aquella tarde mientras jugábamos me dijo que mañana haríamos galletas. De inmediato comencé a imaginar cómo las decoraríamos, pensé que le podíamos poner chispas, chocolate, vainilla e inclusive hacer un glaseado, no podía esperar a que fuera mañana. Cuando por fin amaneció corrí para la cocina, pero para mi sorpresa no había nadie, busqué en el cuarto, busque en el patio y cuando llegue al comedor pude ver por la ventana que todos estaban afuera. Mamá cuando vio que me había levantado vino a mi encuentro, estaba un poco rara, tenía la cara desencajada y trataba de articular una frase que nunca me la pudo decir, jamás había visto así. Yo que tenía mi cabeza puesta en las galletas le pregunté: ¿mamá y la abuela?, no contestó, yo insistí: ¿mamá y la abuela? Recordás que hoy vamos a hacer galletas.
Ella me dijo que teníamos que hablar, me tomó de la mano, me llevo a la cocina, me abrazo e hizo una larga pausa. Después agachándose hasta mi altura me miro a los ojos y me dijo que la abuela había muerta esa noche.
No sé como, pero de pronto comencé a ver flotando en la cocina las galletas que había imaginado que haríamos con la abuela la tarde anterior, me asusté y se lo dije a mamá, ella me dijo que serían mis nervios y que se debería al impacto de la noticia que recién me había dado, me pidió que me sentara, me dijo que iba a traer lápiz y papel para que las pudiera dibujarlas y que la tía Elena vendría a quedarse conmigo porque ella tenía que hacer cosas de grandes. Así fue, mamá salió, llegó la tía con un canasto enorme lleno de papeles y lápices, ni bien la vi tomé una hoja y dibujé una gran galleta, en el medio galletas más pequeñas. Fue entonces cuando sucedió otra vez, las galletas comenzaron a flotar, podía ver como subían y bajaban. Parecerían planetas de un universo paralelo. Esta vez no me asuste, sino que me quede observándolas y me di cuenta de que la abuela se encontraba inmersa en ese universo.
Treinta y seis años después cuando estoy nerviosa aún dibujo galletas y me hace sentir mejor imaginar que son las mismas que flotaban sobre la hoja de aquella pequeña niña que intentaba procesar a su manera la repentina pérdida de su abuela.
Gabriela Motta
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