La presa
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Cuentos para leer latinoamericanos

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La Presa

«No es justo» —pensó — en el momento que un golpe contra el suelo hizo que el hombre se distrajera y ella logrará huir despavorida hacía el bosque. Corrió como corre una presa huyendo de su cazador, corrió hasta sentir que sus pies gritaban pidiéndole que se detuviera, sabía que no era posible ella era la única sobreviviente de aquel espeluznante experimento y para su desdicha esa mañana él había recibido la orden de deshacerse de la testigo, ese perro no descansaría hasta exterminarla.
Mientras huía sintió como nacía de sus entrañas su más primitivo instinto de supervivencia, aquel desolador lugar solo le permitía escuchar el silbido del viento, era como un depredador más que no le permitía detenerse. Cuando logró convertir al viento en su aliado recién entonces sintió seguridad para aminorar la marcha. Tenía que descansar estaba exhausta.
Unas hojas amarillas que flotaban sobre un charco le llamaron la atención porque en ese salvaje acto de luchar por subsistir se identificó con ellas, ya que todas estaban abandonadas a su suerte luchando contra el tiempo para permanecer un minuto más con vida. Cansada se tiró a la orilla de aquel barrizal y dejó que sus ojos se cerraran arrullándose con el golpeteo de su corazón agitado.
Luego de un rato el sonido de una rama de un árbol que se agitaba le provocó un extraño escalofrío en la espalda que le hizo presentir que él estaba cerca. Observó a su alrededor y vio unas piedras grises manchadas de barro como si alguien hubiera estado acechando su descanso.
A lo lejos escuchó el ladrido de un perro otra señal de su cercanía. «Podrían ser cazadores» —pensó. Sin embargo, no recordaba haber escuchado ninguno cerca mientras había estado encerrada. El viento volvió a convertirse en su enemigo trayéndole el olor nauseabundo de aquel cautiverio, su cercanía era inminente.
El sonido de pisadas de unas botas de lluvia confirmaron sus sospechas, aceleró su marcha, pero agazapado detrás de un árbol se encontraba el maldito perro esperando a su presa.
Ella trató de ocultarse, pero estaba acorralada. De pronto el disparo de un arma la sorprendió, un frío desolador le invadió su cuerpo que cayó sobre el suelo. El eco de un grito se perdió en la lejanía deseoso por ser escuchado, pero resignado porque jamás sería oído. Quizás su venganza sería esa, convertirse en un eterno eco acechando la oscura mente de aquel despiadado hombre. Con sus sentidos casi congelados vislumbró la fragilidad de la vida, cuando por obra del azar justo a su lado un caracol despertó de un sueño ingenuo que le fue interrumpido por la pesada bota de aquel horrible ser que estaba dispuesto a eliminar toda clase de vida. «No es Justo» —pensó— mientras sus sentidos se apagaban por completo.

Gabriela Motta
29/06/19
Montevideo.

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Escribir me permite soltar el pasado, vivir el presente y esperar libremente el futuro.