Todo comenzó y terminó en aquella fiesta. Celebraban los ochenta años de su abuelo y me dijo que en su familia los nuevos integrantes debían ser bendecidos por los más viejos. No me resultó extraño, aunque me pareció un poco anticuada la idea traté de buscarle el lado positivo, conocería a toda su gente en una sola fiesta ¡qué mejor! Sin embargo, cuando llegué me vi sorprendida por la celebración. Resulta que hacía veinte años que el susodicho había muerto, y estaban todos ahí reunidos alrededor de un altar, celebrando su aniversario. Confieso que me costó un rato salirme del asombro y lo extraño de la situación, en mi familia no celebramos a los muertos, si los recordamos, pero no les festejamos los cumpleaños. Para ellos en cambio era algo muy normal. Y ya preparaban ansiosos la fiesta del cumpleaños de la tía Francisca que sería el mes próximo. En determinado momento de la conmemoración, comenzaron a retirar los vasos, los manteles y nos invitaron a pasar a la habitación contigua, fuimos todos expectantes, nos tenían preparado una sorpresa. «Otra más» —pensé. De todos modos, ya habían superado todas las extravagancias con la fiesta del muerto que más me podía sorprender. Pero, me equivoqué, aún faltaba lo mejor. En medio de la habitación desplazaron una mesa redonda y encendieron unas velas, entró una mujer vestida de negro y nos informó que el abuelo Nelson quería agradecer tan emotiva fiesta. Me salí de la habitación, el salió tras de mí. —Me voy —le dije. —Pero cómo ¿No vas a saludar al abuelo? —¡NO! Es un momento íntimo para la familia, yo mejor me voy. —Pero quería que te conociera y te diera la bienvenida. —Me tengo que ir —repetí. —Te llamo mañana y coordinamos para venir juntos a la fiesta de la tía Francisca. Sonreí, mientras me alejaba y pensaba que con certeza nunca más me volvería a ver la cara, no en esta vida.
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La fiesta

Era dos de noviembre y celebraban los ochenta años de su abuelo, me dijo que en su familia los nuevos integrantes debían ser bendecidos por los más viejos. Aunque me resultó extraño y anticuado accedí a la invitación.Cuando llegué me vi sorprendida por la celebración. Resulta que hacía veinte años que el susodicho había muerto y estaban todos ahí reunidos alrededor de un altar celebrando su aniversario. Confieso que me costó un rato salirme del asombro, en cambio para ellos era algo normal. Incluso ya preparaban ansiosos la fiesta del cumpleaños de la tía Francisca que sería el mes próximo. Todo seguía su curso hasta que en determinado momento de la conmemoración comenzaron a retirar los vasos, los manteles y nos invitaron a pasar a la habitación contigua. Fuimos todos expectantes ya que nos tenían preparado una sorpresa: «Otra más» —pensé. De todos modos, ya habían superado todas las extravagancias con la fiesta del muerto ¿Qué más me podía sorprender? En medio de la habitación desplazaron una mesa redonda y encendieron velas, entró una mujer vestida de negro y nos informó que el abuelo Nelson quería agradecer tan emotiva celebración.

En ese momento me salí de la habitación, él salió tras de mí.

—Me voy —le dije.

—Cómo ¿No vas a saludar al abuelo?

—¡No! Es un momento íntimo para la familia, expresé sarcástica.

—Pero yo quería que te conociera y te diera la bienvenida.

—¡Podías haberme avisado que no era una fiesta convencional! —expresé.

—¿Te llamo mañana y coordinamos para venir a la fiesta de la tía Francisca?

 

Sonreí, mientras me alejaba despavorida, pensando que con certeza nunca más me volvería a ver.

Al menos, no, en esta vida.

Gabriela Motta.
24-06-20
Montevideo
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Autor

gabrielamottavierapitin@gmail.com
Escribir me permite soltar el pasado, vivir el presente y esperar libremente el futuro.