La desconocida

—¿Señora, quiere escuchar una historia de mal gusto? Me dijo mientras terminaba de cruzar la calle, levanté la mirada y la vi: era una mujer venida en años, flaca, alta, con el pelo de dos colores que se extendía hasta los hombros y un sombrero de pescador que le cubría la mitad de su rostro. Vestía una pollera larga con un floreado corriente, sandalias negras, blusa a rayas y una campera algo gruesa para el día sofocante.
Su pregunta me ocasionó incomodidad, no quería ser maleducada, pero ella era una extraña queriéndome contar una historia en medio de la calle, no obstante yo soy adicta a las historias y a pesar de mi molestia debo reconocer que la curiosidad me ganó. Dudé, pero le dije que sí.
Me quedé esperando la historia porque ella siguió caminando dejándome parada aguardando el cuento, su actitud confirmaba mi sospecha de que estaba un poco trastornada.
Algo confundida seguí mi camino y cuando estaba por llegar casi al final de la cuadra escuché nuevamente:
—Señora.Era otra vez la desconocida parada enfrente a una vieja casa. Se acercó y me dijo:
—En esta casa vivían unos amigos que tenían dos hijos. Era preciosa y estaba muy bien cuidada. Un día él se trepó al techo y se tiró. Viste no tiene mucha altura, pero murió, se cayó mal…Y se quedó mirando la casa sin decir nada. Su comentario me hizo sentir descolocada, lo único que pude decir fue: Qué triste! seguramente hacía mucho que no pasaba por acá y hoy al verla recordó el episodio.
—No —me dijo. Yo vivo en la zona, solo que hace mucho tiempo que no sé nada de él y me miró como quien espera una respuesta.
Giré y la dejé parada esperando no sé qué cosa, caminé dos pasos y dándome la vuelta le dije: él está muerto no hay mucho más para saber. Ella sonrió y se fue.

Gabriela Motta
Montevideo