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La mosca en la sopa

Gabriela Motta

📅 08/02/2021   📁 Cuentos

Madrid, 10 y 30 AM
Es una mañana soleada y ante la insistencia de mi hijo por ir a la plaza, salimos a recorrer sus calles junto con mi esposo. Una ciudad que nos alberga como turistas hace casi un mes. De camino a nuestro destino comentamos lo bien organizada y funcional que es esta ciudad para padres viajeros como nosotros con estos espacios para niños en casi todas sus esquinas, bueno al menos en esta pequeña parte de Madrid dónde nos ha tocado quedarnos.
10 y 45 AM
Llegamos a la plaza mi hijo sale disparado para los juegos, su papá va detrás, yo me siento en un banco para verlos jugar. No veo nada fuera de lo habitual, niños, padres, abuelos.
Me detengo mirando la nada y mis pensamientos fluyen libremente, hasta que soy obligada a salir de mi estado de introspección, es mi hijo que insistentemente me ruega que le dé algún euro para comprarse una pelota, siempre nos la olvidamos en casa, para serles sincera debemos tener mínimo unas cinco de ellas. En fin, le contestó que nos olvidamos de la pelota en la casa de su abuela y que no le voy a comprar otra porque ya tiene muchas. Él ante mi negativa vuelve a jugar, de camino una mamá que escuchó nuestro diálogo lo detiene y le presta la pelota de su hijo. Yo decidí  inmiscuirme, nuevamente, en mis pensamientos cuando una voz ya venida en años interrumpe mi descanso diciendo:
—Nos están invadiendo, sudacas, madre mía porque no nos dejáis en paz y vais para vuestro continente.
Me doy vuelta ante tales agravios y veo un anciano, seguro será el abuelo de uno de esos pequeños que juegan con el mío, pienso, no vale la pena entrar en discusión e ignoró el comentario.
11:15 AM
La mamá que le había prestado la pelota a mi hijo se va, vuelve él insistente a pedirme que le compre una pelota, le vuelvo a contestar que no y se va.
Otra vez interrumpe mi descanso la voz que tengo a mi lado:
—Déjeme decirle que luego aquí a la vuelta hay una de esas casas de trastos que a ustedes les gusta tanto, si, esa que ponen ventas para personas tercermundistas, ahí encontrará lo que pide el chaval.
Ya no puedo ignorar el ataque, ese hombre logró sacarme de mi zona de confort:
—Señor no entiendo ¿cuál es el problema que usted tiene conmigo y mi familia? Estamos en un área pública y no lo hemos molestado. ¿Porque insiste en agredirnos?
—Ah, pero faltaba más: ¿AGREDIRLOS YO? Si lo único que he querido hacerle es un favor.
—Señor, por favor no insulte mi inteligencia, desde que hemos llegado no ha parado de tirar indirectas. ¿Qué tiene en contra de nosotros?
—Pues vale, ya que insiste chavala, yo no estoy de acuerdo en que vengáis todos vosotros para España, nos invaden, quitan nuestras fuentes de trabajo y nos contaminan con su cultura tercermundista.
«¡Por Dios! » Pensé.
—Os diré más, Colón les hizo un favor al conquistar América, les dio la posibilidad de una mejor vida, luego los Jesuitas os instruyeron y ahora debo reconocer se parecen más a personas que a aborígenes, bueno algunos de vosotros. Entonces ¿por qué no se quedan todos juntos por allá en sus tierras y nos dejan a nosotros tranquilos disfrutando en la nuestra?
—¿Señor usted realmente me habla en serio? Si hay una cámara hágamelo saber para ahorrarme el mal rato. El hombre me miró enrojecido dejándome claro que no era una broma. Bueno … ¿Colón? … ¿Los Jesuitas? ¿Enserio quiere usted entrar en esta discusión? Porque yo me niego a seguir con ella, estoy aquí disfrutando mi último día como turista en esta ciudad que tan bien nos ha tratado, hemos conocido gente maravillosa que nos han hecho sentir como en casa, así que me niego rotundamente a seguir perdiendo mi tiempo con usted.
Tenga buen día y ojalá las vueltas de la vida no lo obliguen a refugiarse en mi continente tercermundista.
Me levanté y me senté en otro banco más alejado.
11 y 20 AM
Otra vez la voz insiste a mi lado.
—!Señora!
Lo interrumpí de inmediato y en seco sin darle la oportunidad de decirme nada.
—Señor si no me deja en paz llamaré a la policía.
—Señora, acepte mis disculpas.
«¿¡Qué!? Con qué clase de loco me he topado», pense para mis adentros.
—¿Sus disculpas?
—Si, pues no sabía yo que era usted turista. Pensé que se trataba de una familia indocumentada.
—Señor, el hecho de que nosotros seamos turistas no cambia en nada las cosas, me parece que sus agravios fueron y siguen siendo claros y concisos hacia mi tierra, mi gente y mis raíces, qué déjeme decirle me enorgullecen.
—Soy un viejo que se deja llevar por los impulsos y de verdad me quiero disculpar. Vosotros los turistas enriquecen nuestra cultura y siempre son bienvenidos.
—Tiene usted mis disculpas. Le dije con la única intención de que continuara su camino y me dejara disfrutar en paz mis últimas horas en esa ciudad tan bella.
Me levanté con la sangre latina bien caliente, conteniéndome para no terminar en la policía acusada de atacar a un pobre anciano indefenso que jugaba tranquilamente en la plaza con sus nietos.
Gabriela Motta.
27/09/18
Montevideo