La huella
Cuentos

Las huellas

Las huellas

Aquel sueño se repetía una y otra vez, cuando lo comenté con mi psicóloga me dijo que podría estar relacionado con alguna situación de estrés y me pidió que se lo contara.

—Siempre es igual: hay un corredor lleno de huellas, yo las sigo, me cruzo con una mujer que huye, la veo pasar y continúo, cuando llego a la última huella veo un anciano muerto y me despierto.

—Terminamos por hoy —dijo— dejándome con la sensación de ser una asesina encubierta por mi propio inconsciente.

En la siguiente sesión me preguntó cómo me sentía y si el sueño había vuelto, le comenté que no, que no lo soñaba todas las semanas, pero que se repetía a veces con más frecuencias que otras. Insistí en que no creía que estuviera asociado a una situación de estrés, ella sonrió y no dijo nada, era evidente que pensaba que en mí estaban actuando resistencias. Sin embargo, es tan real, aunque no me identifico con el siempre me altero cuando veo al hombre muerto porque es como un déjà vu. Hay días en los que soy consciente de que estoy soñando y de lo que sucederá después, pero nunca puedo llegar antes que la mujer. Conozco de memoria el camino, los detalle de las huellas, del corredor y estoy segura de que hasta podría reconocer al muerto.

—Muy bien —dijo— dejamos por acá. Te quiero pedir para adelantar unos minutos la próxima sesión porque voy a salir con mi papá. Yo estuve de acuerdo.

Cuando llegó el día de la siguiente sesión salí más temprano y me encontré con la calle del consultorio cerrada teniendo que tomar otra camino. El GPS del celular me marcó una ruta que nunca había visto antes y de inmediato me hizo pensar que estaba tan cerca de casa y era desconocida para mí, conecté con otro pensamiento que me llevó a las rutinas que tenía incorporadas a diario y que no me permitían conocer nuevas cosas. También pensé que sería buen tema para volcarlo en  terapia.

Estacioné lejos del consultorio porque el corte en la calle había trancado todo el tránsito, sería más fácil caminar que esperar a que se descongestionara. Entonces mientras estaba parada en una esquina vi el corredor de mi sueño, no, no podía ser verdad, ¿estaría yo delirando? No dudé en acercarme y de inmediato pude ver las huellas y recordé cada momento del sueño, el terror comenzó a correr por mi cuerpo y la adrenalina hacía que mi corazón quisiera salir por la boca. Pensé en llamar al 911, pero ¿qué les diría? Tenía demasiado miedo para seguir hasta el final del corredor y mientras me debatía entre lo que debía y no hacer pasó corriendo por mí la mujer, se me erizó hasta el último bello de la piel, no dudé más, seguí y justo al final de la última huella encontré al anciano muerto.

Entre en shock, salí corriendo para el consultorio, cuando llegué mi psicóloga me miraba sorprendida, no podía creer que me había olvidado del cambio de horario.

—No, no lo olvidé es que … No lo podrás creer si te lo cuento dirás que estoy alucinando.

—Pasa —me dijo— me tomó de la mano, me sentó en un sofá, me invito con agua y me pidió que me relajara, dijo que en cualquier momento llegaría su padre por lo que no podríamos tener la sesión completa, pero mientras él no llegaba estaba dispuesta a escuchar. Entretanto yo me reponía del susto, ella sacó de su bolso un portarretrato y lo colocó sobre su escritorio.

—Este es mi papá —dijo— enmarqué su fotografía porque sé que se pondrá feliz al ver que lo tengo presente a diario.

Comencé a llorar, ella no entendía y le pidió a la secretaría que llamara a la emergencia, yo estaba totalmente descontrolada, cuando pude recobrar por fin el aliento le dije entre llantos que el hombre del portarretrato era el anciano muerto de mis sueños.

 

Gabriela Motta

Montevideo

24-01-23

 

 

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Autor

gabrielamottavierapitin@gmail.com
Escribir me permite soltar el pasado, vivir el presente y esperar libremente el futuro.