Las huellas
📅 24/01/2023 📁 Cuentos
Huellas
Aquel sueño se repetía una y otra vez, cuando se lo comenté a mi psicóloga me dijo que podría estar relacionado con alguna situación de estrés y me pidió que se lo contara.
—Siempre es igual: Hay un corredor lleno de huellas, yo las sigo, me cruzo con una mujer que huye, la veo pasar y continúo, al llegar a la última huella veo un anciano muerto y me despierto.
—Terminamos por hoy —dijo— dejándome con la sensación de ser una asesina encubierta por mi propio inconsciente.
En la siguiente sesión me preguntó cómo me sentía y si el sueño había vuelto. Le comenté que se repetía por períodos con más frecuencias que otros. Le insistí en que no creía que estuviera asociado a una situación de estrés. Ella sonrió y no dijo nada, era evidente que pensaba que en mí estaban actuando resistencias.
—Sin embargo, es tan real, que, aunque no me identifique con él, siempre me altero al verlo muerto, es como un déjà vu. Hay días en los que soy consciente de que estoy soñando y de lo que sucederá después, pero nunca puedo llegar antes que la mujer. Conozco de memoria el camino, los detalle, las huellas del corredor y estoy segura de que hasta podría reconocer al muerto.
—Lo dejamos por acá—dijo. Te quiero pedir para adelantar unos minutos la próxima sesión porque voy a salir con mi papá. Yo estuve de acuerdo.
Cuando llegó el día de la siguiente sesión, salí con tiempo para no ir apurada, sin embargo, me encontré con la calle que me conducía al consultorio cerrada, obligándome a buscar otro camino. El GPS del celular me marcó una ruta que nunca había recorrido antes, me extrañé, porque estaba tan cerca de casa y no la conocía ni de nombre. De inmediato lo asocié con otro pensamiento, que me llevó a otro y terminé reflexionando sobre mis rutinas diarias y cómo no me permitían iniciar cosas nuevas. Pensé que sería buen tema para volcarlo en terapia.
Estacioné lejos del consultorio porque el corte en la calle había trancado todo el tránsito, sería más fácil caminar que esperar a que se descongestionara. Estaba parada en una esquina cuando vi el corredor de mi sueño, ¡no podía ser verdad!, ¿estaría yo delirando? No dudé en acercarme, de inmediato pude ver las huellas y recordé cada momento, el terror comenzó a correr por mi cuerpo. La adrenalina hacía que mi corazón quisiera salirse por la boca. Pensé en llamar al 911, pero ¿qué les diría? Tenía demasiado miedo para seguir hasta el final del corredor. Mientras me debatía entre lo que debía y no debía hacer pasó corriendo la mujer. Se me erizó hasta el último bello de la piel. Continúe el camino y justo al final de la última huella encontré al anciano muerto.
Entre en shock y salí corriendo para el consultorio. Cuando llegué mi psicóloga me miraba sorprendida, no podía creer que me había olvidado del cambio de horario.
—No lo olvidé, es que … No lo podrás creer, si te lo cuento, dirás que estoy alucinando.
—Pasá —dijo— me invitó a tomar asiento ofreciéndome además un vaso con agua. Me recordó que en cualquier momento llegaría su padre por lo que no podríamos tener la sesión completa, pero mientras él no llegara estaba dispuesta a escuchar. Entretanto yo me reponía del susto, ella sacó de su bolso un portarretrato y lo colocó sobre su escritorio.
—Este es mi papá —dijo— enmarqué su fotografía porque sé que se pondrá feliz al ver que lo tengo presente a diario.
Comencé a llorar, ella no entendía y le pidió a la secretaria que llamara a la emergencia, yo estaba totalmente descontrolada.
Finalmente, pude recobrar el aliento para revelarle, que el hombre del portarretrato era el anciano de mis sueños.
Gabriela Motta
Montevideo
24-01-23
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