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Té con dulces

Gabriela Motta

📅 11/02/2021   📁 Cuentos

En las mañanas la habitación de Clara era invadida por un aroma que solo las galletas de chocolate recién horneadas podían proporcionar. El aroma daba la señal de que la primera tanda de galletas había salido del horno, así que debía apresurarse para poder verla cortar la segunda serie. Entonces se tiraba de la cama y corría todavía en piyama para la cocina donde se encontraba su abuela preparándolas. Observaba como las amasaba y recortaba cada una con tanto amor. Todo era perfecto, la belleza de la cocina iluminada por el sol matinal fusionado al aroma de las galletas hacía que el ritual se convirtiera en algo mágico.
Esa mañana le pidió que la dejara cortar las galletas; consideraba que podía hacerlo.
—Mañana te las dejo cortar a ti —le dijo.
El rostro de Clara se iluminó con una sonrisa que dejaba al descubierto sus pequeñas mejillas ruborizadas por el calor del horno y la emoción que le generaba semejante promesa. —Mañana temprano aquí estaré abuela.
Por la tarde otro ritual comenzaba, la hora del té con dulces. Era su segundo momento favorito del día, alrededor de las diecisiete horas llegaban las amigas de su abuela con bolsas repletas de cosas ricas para acompañar sus largas charlas, Clara era una invitada más, que permanecía junto a ellas hasta que saciaba su apetito. Cuando se retiraba su abuela siempre repetía lo mismo:
—Clara ama estas galletas de chocolate las hago solo para ver su carita de alegría. Si existe el paraíso huele a galletas de chocolates recién horneadas —y reía.
A la mañana siguiente, Clara saltó de la cama, sin embargo, notó que su habitación no olía a galletas horneadas. Corrió a la cocina y no estaba la abuela, eso la desconcertó.
—¿Y la abuela? —se preguntó.
Fue hasta la habitación de su madre para buscar alguna explicación. Cuando abrió la puerta se encontró con su mamá llorando abrazada a la foto de su abuela, en ese momento Clara se dio cuenta de que algo andaba muy mal.
—Mamá, ¿Y la abuela? —volvió a preguntar, esta vez con menos énfasis.
—Ven Clara, siéntate a mi lado. Tengo que decirte algo muy triste. La abuela ya no está con nosotros.
Se abrazaron sin decir palabras, Clara en ese momento no lograba entender la complejidad de la situación, pero algo era evidente, la abuela y el olor a galletas recién horneadas se habían ido para siempre.
Gabriela Motta.